"Mi mundo. El que era mío ahora empieza a ser nuestro. Mi papel en blanco, mis normas, tu olor impregnado en él. Las mañanas, suaves, agridulces, frías, cansadas, diferentes, nuevas, extrañas. Casualidades. La vida que, como un río, te empuja y te coloca en el lugar correcto y en el momento preciso. Tu pelo, mi pelo. Tu mano, mi mano. Tu pie, mi pie. No. No es amor porque no te conozco. Eres, como yo, un cazafanstasmas. Haces que olvide y que no piense. Tú y yo. El aquí y el ahora. Nada más importa. El manto oscuro de la noche nos protege y nuestro conjuro nos mantiene unidos, a nosotros, dos desconocidos sedientos de vivir aún en proceso de recomponer nuestros corazones rotos. El pasado no nos importa, ni nos pesa. Nos entendemos: ni el pasado ni el futuro importan. Me coges fuerte de la mano mientras paseamos y mientras dormimos juntos por el temor a que salga corriendo. No sé si mañana lo haré pero hoy estoy aquí, contigo.
Vivir, respirar, pensar. No me atropellas. No me encierras en una jaula. Bendita libertad que me hace sentir joven. Viva. Viva. Por fin viva. No somos esclavos de dogmas ni de convencionalismos. Vivimos con los ojos bien abiertos, con el corazón agradecido. Pero lo más importante es que vivimos. No hay reproches, no hay miedo, ni fantasmas. Somos ligeros, benevolentes, sosegados, risueños, joviales, locos, irracionales, valientes, atrevidos, descarados, fogosos, espontáneos, alocados, contradictorios, peligrosos, venenosos pero, sobre todo, humanos, demasiado humanos. Dormimos poco pero soñamos juntos. No tenemos un sendero, ni un futuro escrito en las estrellas. Pero no importa. Si el futuro ha de unirnos tendremos que resolver el enigma que nos envuelve. No hay prisa, desvísteme despacio que tengo toda la vida por delante.
Sonríes y sonrío, respiras y respiro. Resucitan las mariposas. El mundo es un lugar diferente contigo. Y aunque sea con engaños que me ilusione ahora, no quiero vivir mas el vacío. Contigo no hay rutinas ni rituales ni santuarios. No puedo predecir que harás mañana, criatura salvaje y adorable. Eres como un caballo salvaje, pero me has permitido andar contigo sentada en tu lomo, sin montura ni estribos. Solos tú y yo por el campo.
Has sido el único que ha volado lo suficientemente alto como para poder ver que yo soy como un olivo de muchas aceitunas; solo que éstas estaban muy altas y nadie que caminaba por la tierra era capaz de verlas. Así que, una vez que habías volado alto, bajaste a la tierra y removiste bien el tronco. Y cayeron, de pronto, todas las aceitunas. Y aunque tuviste incluso que emplear un palo para que todas cayeran, lograste removerme tanto que ya no tengo aceitunas olvidadas. Todas cayeron y todas, amor, son tuyas. Todas y cada una de ellas.
Me da igual no conocerte todavía. Ya me he imaginado tu cara, tus manos, tu olor y tu piel. Miro, cada mañana, al cielo para ver quién es el pájaro que vuela sobre mi cabeza para ver mis aceitunas. Intuyo quién eres, pero el color de tu plumaje hace que no pueda verte bien sobre mi cielo; nuestro cielo. Tu esencia, mi esencia. Tú un pájaro y yo un olivo cargado de aceitunas".
Una pequeña parte de mi supuesta novela, Las Cuatro Estaciones, con la que llevo años de lucha conmigo misma por acabarla.
jueves, 20 de febrero de 2014
miércoles, 19 de febrero de 2014
Vikingas y princesas
Desde pequeña siempre he creído que existen dos tipos de mujeres: las princesas y las vikingas. Mi madre, por ejemplo, es una vikinga. Las mujeres vikingas tienen algo especial, que no se puede aprender, que forma parte de su ADN y que las hace no ser aptas para todos los públicos. Saben lo que quieren, pueden asustar de primeras por dar la sensación de que pueden comerse el mundo pero en el fondo son criaturas sensibles, vulnerables pero, sobre todo, predecibles. Tengo que confesar que siento debilidad por las vikingas, por el prototipo de mujer fuerte que se peina para atrás y que es capaz de soportar lo que le venga dado. Me viene a la mente este vídeo mientras escribo.
Lo que más me llama la atención de las vikingas es que son capaces de hincharse a llorar y después salir del baño como si no hubiera pasado nada. Son valientes. Y mucho. No miran para atrás ni para coger impulso. Y eso me encanta. Su fortaleza y energía se contagia con tenerlas cerca. No interpretan un papel, no pretenden encantar, solamente se preocupan de vivir (o, algunas de sobrevivir). Les importa un carajo cuál sea el canon de belleza, las reglas, si son o no políticamente incorrectas; no tienen tiempo para chorradas porque han pasado media vida luchando. Por eso son vikingas.
Lo bueno que tienen las vikingas es que tienen los pies en la tierra, no idealizan a nada ni a nadie. Saben que la vida es jodida, que el amor no es una película de Disney ni sueñan con levantarse cada día con un ramo de flores en la almohada. Ellas van más allá, porque tienen una capacidad sobrenatural de calar a la gente y de entenderla. Por eso son tan fieles: han asumido que no existen príncipes azules, no quieren redentores, sólo quieren a alguien que les agarre la mano y no las suelte nunca. Intentan, por todos los medios, compatibilizar su vida familiar con su trabajo; son mujeres familiares, a las que les encanta cuidar de sus polluelos. Pero tienen algo claro y es que no se deja NUNCA un trabajo. No le pidas a una vikinga que lo abandone todo, porque no lo hará.
Luego están las princesas, que también son fundamentales en la vida de muchas personas (en especial para aquellos hombres con complejo de Superman). Sofisticadas, suaves, políticamente correctas, perfectas, siempre saben qué decir en el momento adecuado. Y su voz. Tranquila, bajita. Las princesas son sigilosas, como los gatos, e impredecibles. Viven en un mundo en donde existen las hadas madrinas, los ponis, los príncipes azules que van por la vida montados en un caballo. Para las princesas la vida TIENE que ser perfecta; no pueden hacerse a la idea de que sea de otro modo. Necesitan que cuiden de ellas porque la mayoría no saben hacerlo por si solas. El ser una princesa no es nada malo (no juzgo), a algunas las han educastrado y a otras simplemente les parece más cómodo que sean otros los que se ocupen de ella, que las teledirijan (para gustos los colores). Incluso hay hombres que prefieren a las princesas que a las vikingas, son mas fáciles de digerir aunque, insisto, la mayor parte de las veces son impredecibles.
Como bien dice la foto, necesitan una antorcha, una media naranja, un medio limón, un medio algo externo ya que parten de una premisa (a mi parecer) errónea y es creer que necesitan tres piernas en lugar de dos para caminar. A veces me gustaría tener un poco de princesa. Ser más pausada, no tener tanto nervio corriendo por mi estómago, tener menos vitalidad, ser menos realista y más idealista, pensar en que existen un príncipe azul esperándome por algún lado y que va a hacer de mi vida un camino de rosas. Las envidio. De veras. Porque las princesas han vivido (y viven) de una manera tan ajena a la realidad que dan envidia. Lo que pasa con las princesas y el con el hecho de que viven en Plutón, es que suelen hacer buenos destrozos cuando empiezan a bajar al planeta Tierra. Y, amigos, eso es una gran gran putada. Se agobian, desaparecen, mandan todo al carajo y esconden la cabeza debajo de la tierra en cuanto pueden. No es que sean malas ni malvadas, ellas no conocen la maldad, es sólo que nadie les ha enseñado a vivir. Así que, improvisan.
Vikingas y princesas, nos vemos en las calles (vikinga, no te enciendas no es un desafío y tranquila, princesa, no es una amenaza).
Lo que más me llama la atención de las vikingas es que son capaces de hincharse a llorar y después salir del baño como si no hubiera pasado nada. Son valientes. Y mucho. No miran para atrás ni para coger impulso. Y eso me encanta. Su fortaleza y energía se contagia con tenerlas cerca. No interpretan un papel, no pretenden encantar, solamente se preocupan de vivir (o, algunas de sobrevivir). Les importa un carajo cuál sea el canon de belleza, las reglas, si son o no políticamente incorrectas; no tienen tiempo para chorradas porque han pasado media vida luchando. Por eso son vikingas.
Lo bueno que tienen las vikingas es que tienen los pies en la tierra, no idealizan a nada ni a nadie. Saben que la vida es jodida, que el amor no es una película de Disney ni sueñan con levantarse cada día con un ramo de flores en la almohada. Ellas van más allá, porque tienen una capacidad sobrenatural de calar a la gente y de entenderla. Por eso son tan fieles: han asumido que no existen príncipes azules, no quieren redentores, sólo quieren a alguien que les agarre la mano y no las suelte nunca. Intentan, por todos los medios, compatibilizar su vida familiar con su trabajo; son mujeres familiares, a las que les encanta cuidar de sus polluelos. Pero tienen algo claro y es que no se deja NUNCA un trabajo. No le pidas a una vikinga que lo abandone todo, porque no lo hará.
Luego están las princesas, que también son fundamentales en la vida de muchas personas (en especial para aquellos hombres con complejo de Superman). Sofisticadas, suaves, políticamente correctas, perfectas, siempre saben qué decir en el momento adecuado. Y su voz. Tranquila, bajita. Las princesas son sigilosas, como los gatos, e impredecibles. Viven en un mundo en donde existen las hadas madrinas, los ponis, los príncipes azules que van por la vida montados en un caballo. Para las princesas la vida TIENE que ser perfecta; no pueden hacerse a la idea de que sea de otro modo. Necesitan que cuiden de ellas porque la mayoría no saben hacerlo por si solas. El ser una princesa no es nada malo (no juzgo), a algunas las han educastrado y a otras simplemente les parece más cómodo que sean otros los que se ocupen de ella, que las teledirijan (para gustos los colores). Incluso hay hombres que prefieren a las princesas que a las vikingas, son mas fáciles de digerir aunque, insisto, la mayor parte de las veces son impredecibles.
Como bien dice la foto, necesitan una antorcha, una media naranja, un medio limón, un medio algo externo ya que parten de una premisa (a mi parecer) errónea y es creer que necesitan tres piernas en lugar de dos para caminar. A veces me gustaría tener un poco de princesa. Ser más pausada, no tener tanto nervio corriendo por mi estómago, tener menos vitalidad, ser menos realista y más idealista, pensar en que existen un príncipe azul esperándome por algún lado y que va a hacer de mi vida un camino de rosas. Las envidio. De veras. Porque las princesas han vivido (y viven) de una manera tan ajena a la realidad que dan envidia. Lo que pasa con las princesas y el con el hecho de que viven en Plutón, es que suelen hacer buenos destrozos cuando empiezan a bajar al planeta Tierra. Y, amigos, eso es una gran gran putada. Se agobian, desaparecen, mandan todo al carajo y esconden la cabeza debajo de la tierra en cuanto pueden. No es que sean malas ni malvadas, ellas no conocen la maldad, es sólo que nadie les ha enseñado a vivir. Así que, improvisan.
Vikingas y princesas, nos vemos en las calles (vikinga, no te enciendas no es un desafío y tranquila, princesa, no es una amenaza).
lunes, 17 de febrero de 2014
Pulgas en el corazón.
"Hola! Soy N, amiga de P. Le he escrito antes para decirle que me encanta tu blog y lo identificada q me siento con las cosas que escribes (....) Hace ahora un año empecé a "liarme" con un chico. La cosa empezó despacio pero nos veíamos, quedábamos bastante para cenar, ir al cine, tomar algo... Todo iba bien, a mi parecer, aunque una amiga que tenemos en común siempre me advertía de que no era un chico para nada más que para un rollo, que no estaba preparado para tener nada más. Hace unos años mi ex me dejo, por teléfono y de la noche a la mañana. Desde entonces no había vuelto a estar con ningún chico, ni siquiera darme un beso. Estuve así año y medio hasta que empecé con J. Desde hacia muchísimo que no sentía nada parecido por nadie. Con el estaba bien, me divertía, me parecía todo interesantísimo. No le pedía nada más. Pocas veces hablamos de nosotros, cuando lo hacíamos era yo quien le decía "no quiero nada más" "yo estoy bien así". La única regla que teníamos era que en el momento que alguno de los dos se fuese con otra persona, lo nuestro se acababa (...). Cuando escribes sobre el miedo a que otra persona ocupe el lugar que tu quieres, lo que le echo de menos y por orgullo muchas veces no hago o no digo, lo atormentada que me tiene el recuerdo de R, lo feliz q era con él y que ahora es todo incertidumbre de ¿pasara algo más? ¿No? Lo pase mal por él, peor de lo que quise o me hubiese imaginado. Pero me levanté. Me juré a mi misma no volver a caer en sus redes y cataplum! Pero ahora estoy mucho más segura de mi misma. Ahora no tengo el miedo de el año pasado de "este chico me gusta no hagas nada q pueda hacer que le pierdas". Ahora soy yo, si quiere bien y si no no me estoy quieta. Me muevo sola. Es algo que J a la fuerza me enseño. Con el superé lo de mi ex y me he reencontrado a mi misma. Pero también se que ahora mismo, a pesar de toda la incertidumbre y el miedo, sólo quiero caminar con él. Quiero que vuelva, y sólo se que con el soy feliz así que he mandado mis promesas de "nunca más con el" a la porra porque estoy tan bien cuando estoy con él que aunque dure un segundo prefiero vivir ese segundo con él que arrepentirme mañana de no haber vuelto a besarle. A todo esto, lo que opina J es una verdadera incógnita! Jajajja
Menuda parrafada! Espero que no te hayas quedado dormida!!"
Queridísima N:
Perdona por haber resumido tanto tu carta siento también no haberte contestado antes (contestarte el día de San Valentín me parecía de mal gusto). Me ha encantado, ha sido como un viaje a mi pasado porque viví hará unos 8 años una situación muy parecida a la que estás viviendo. Muchas gracias por tus palabras y por pedirme mi opinión al respecto. Me alegra mucho que las cosas que escribo en mi blog te ayuden y que te sientas identificada (me siento menos sola). Eres una valiente, no todo el mundo pide consejos u opiniones a completos desconocidos. No nos conocemos así que sólo te hablaré de las cosas que me has escrito en tu carta. Tu carta tiene mucha información así que procuraré contestarte de una manera ordenada.
Me alegro de que hayas superado lo de tu ex novio. Es fundamental estar en paz con el pasado y perdonar a aquellas personas que nos hicieron daño. Yo olvido rápido las cosas (buenas y malas) pero algunas me han costado mucho. Esta semana, sin ir más lejos, he perdonado a dos personas (una ex amiga y un ex novio) que me hicieron un buen roto en mi vida el año pasado. Así que bravo por ti, y por el hecho de que hayas logrado cerrar esa etapa. De todas manera, un tío que te deja por teléfono es un completo capullo, así que, querida N, menudo muerto te has quitado de encima. Menos mal que se retrató a si mismo y no tuviste que descubrirlo tú.
Creo que no seré la primera persona que te diga que tu relación con J no es sana. No me mal interpretes, no soy una moralista, es una cuestión bastante simple: traicionó tu confianza cuando se lió con otra (con independencia de que no tuvierais un compromiso serio, habíais sentado las reglas del juego y eran bastante claras). Eso te removió tus miedos más profundos y debería haber sido empático y habértelo contado en el momento o habérselo ahorrado. También te diré que tu speech desde el principio ("no quiero nada serio" etc) también hizo que se lo pusieras en bandeja de plata. Como le dejes la jaula un poco abierta a un tío, querida N, va a volar. Sin quererlo, y probablemente sin saberlo, le diste alas y voló. Alto además. Nunca dejes que nadie alimente tus fantasmas. Y tampoco lo hagas tu misma.
Me da la sensación de que te quiere aunque no se bien de qué manera. Hay una regla de oro para la estabilidad emocional: el futuro ni el pasado pueden atormentarte. Si quieres intentarlo con él entierra el pasado y olvídate del futuro. Nadie sabe qué va a pasar. Podría pedirte la mano mañana y dejarte a los 6 meses. Lo único seguro en la vida es la muerte, no lo olvides nunca. Por eso, FUERA LOS MIEDOS. Una no puede vivir en una lucha constante entre la razón y el corazón; tienes que encontrar un equilibrio. Con esto quiero decir que no te tires a la piscina si no sabes que, por lo menos, el agua te va a cubrir hasta el tobillo. Tampoco hace falta que esté llena del todo. Esta vida está diseñada solamente para los que cruzan el río. Yo tengo una máxima en la vida: prefiero arrepentirme de las cosas que he hecho que de las cosas que no he hecho. Me consuela mirar atrás y pensar "lo intenté; lo intenté hasta la extenuación pero no logré".
J tiene un problema importante y es que desparece como el Guadiana. A su antojo, cuando quiere. Entra y sale de tu vida. Y eso no se lo puedes consentir. A él ni a nadie. Tenemos ya una edad en la que estamos cansadas de tantos juegos. Por eso, si fuera tú, me preguntaría: ¿quiero estar con un hombre así? ¿Qué a la mínima de cambio desparece? ¿Qué no tiene las cosas claras? A veces nos empeñamos en querer estar con alguien (y aunque parezca absurdo) no nos hemos parado a pensar si queremos estar con esa persona. No es justo para ti que J entra y salga de tu vida, porque te duele mucho.
Créate tu mundo, reinvéntate, rehaz tu vida con otros hombres aunque no sientas con ellos el nudo en el estómago que sientes con J, es mejor sentirte tranquila y querida que morirte de amor. Hazme caso en esto: el control emocional es poder. Si J tiene que ser para ti volverá; si es lo suficientemente inteligente volverá, nadie inteligente deja escapar a una mujer que está loca de amor por él. Nadie. Por una razón muy sencilla: es muy difícil que una mujer se enamore de verdad (aunque todo el mundo piense lo contrario). En el momento en el que J no esté en tu cabeza atraerás a otros hombres que te querrán con locura; hombres que no desparecerán y que no te soltarán la mano; que no querrán salvarte de la tormenta sino que querrán estar contigo debajo de la tormenta.
Pero suelta a J. Leí esto y me acordé de ti.
Corre el riesgo de que te pierda (no de que tú le pierdas a él, él te ha perdido porque ha querido). A veces, mi querida N, desaparecer y rehacer tu vida es el único camino que nos queda para ser felices porque recuerda que nadie te va a querer más que tú a ti misma. Enamórate de ti todos los días y no dejes que nadie que no forme parte de tu vida controle tus sentimientos.
Besos,
Mariquita Pérez.
J tiene un problema importante y es que desparece como el Guadiana. A su antojo, cuando quiere. Entra y sale de tu vida. Y eso no se lo puedes consentir. A él ni a nadie. Tenemos ya una edad en la que estamos cansadas de tantos juegos. Por eso, si fuera tú, me preguntaría: ¿quiero estar con un hombre así? ¿Qué a la mínima de cambio desparece? ¿Qué no tiene las cosas claras? A veces nos empeñamos en querer estar con alguien (y aunque parezca absurdo) no nos hemos parado a pensar si queremos estar con esa persona. No es justo para ti que J entra y salga de tu vida, porque te duele mucho.
Créate tu mundo, reinvéntate, rehaz tu vida con otros hombres aunque no sientas con ellos el nudo en el estómago que sientes con J, es mejor sentirte tranquila y querida que morirte de amor. Hazme caso en esto: el control emocional es poder. Si J tiene que ser para ti volverá; si es lo suficientemente inteligente volverá, nadie inteligente deja escapar a una mujer que está loca de amor por él. Nadie. Por una razón muy sencilla: es muy difícil que una mujer se enamore de verdad (aunque todo el mundo piense lo contrario). En el momento en el que J no esté en tu cabeza atraerás a otros hombres que te querrán con locura; hombres que no desparecerán y que no te soltarán la mano; que no querrán salvarte de la tormenta sino que querrán estar contigo debajo de la tormenta.
Pero suelta a J. Leí esto y me acordé de ti.
Corre el riesgo de que te pierda (no de que tú le pierdas a él, él te ha perdido porque ha querido). A veces, mi querida N, desaparecer y rehacer tu vida es el único camino que nos queda para ser felices porque recuerda que nadie te va a querer más que tú a ti misma. Enamórate de ti todos los días y no dejes que nadie que no forme parte de tu vida controle tus sentimientos.
Besos,
Mariquita Pérez.
jueves, 13 de febrero de 2014
Relato breve.
Estarás en algún rincón de la casa releyendo, sin parar, la carta. Siempre es mejor dejar por escrito lo que uno quiere decir; al fin y al cabo, las palabras se las lleva el viento. Y aunque el papel lo aguante todo, el papel de la carta no aguanta todo lo que se escribió en él. Tus lágrimas intentan borrar los sentimientos reflejados en esa carta y maldices una y otra vez porque parece que se ha escrito con un bolígrafo de tinta permanente.
Te levantas y descubres que por fin parece que sale el sol. Te acuerdas como su pelo era color cerveza cuando le daba el sol. Los chistes tontos en la playa, la siestas hasta el atardecer en la orilla, la manera en la que parecía que el mundo era un lugar distinto a su lado. Y aunque haya salido el sol en Madrid pasas por la Cibeles muy temprano por la mañana y te entristece lo sola que está. Majestuosa diosa solitaria. Nadie puede acercarse a ella porque algún vandálico decidió robarle una mano hace un par de años y, desde entonces, está retenida entre vallas. Ni siquiera pasan taxis por su lado. Entonces piensas en ella, en tu diosa; en si estará igual de sola que la Cibeles o si alguien estará ocupando tu hueco en su cama. No quieres pensarlo porque se te pone un nudo en el estómago muy incómodo. Es más fácil ser cobarde que ser valiente; rendirse que luchar, huir que dar la cara.
Echas de menos casi todo de ella, pero tu ego es tan grande que nada en el mundo te permitiría reconocerlo. Si. Echas de menos su olor, la sonrisa de por las mañanas, el olor a café y a tostadas, los desayunos, su irracionalidad, su bendito corazón loco, su bondad, su drama; echas de menos hasta el tacto de sus lágrimas recorriendo tus mejillas. Echas de menos el mundo con ella y, muy en el fondo, te arrepientes aunque creas que caminas por el sendero correcto.
"¿Por qué dejo que mi pasado y el futuro ocupe tanto de mi presente?", te preguntas una y otra vez de camino a la oficina. Aquel lugar que te parece aburrido y monótono. Pero decides, una vez más, no pensar. ¿Para qué hacerlo? Sólo te crea un tormento emocional que eres incapaz de digerir. Y vuelves a casa, al sofá sin ella, a la cama sin compañía, a las cenas frías y solitarias. Te vas luchando por la libertad sin darte cuenta de que ella no te quitaba lo que la libertad te da. Sientes pena. Mucha pena. Pero pensar que has hecho lo correcto te consuela: es lo único que puede consolar una decisión repentina.
Y así van pasando los días, tranquilos. Sin altos ni bajos, lineales, como muchos creen que debe ser la vida. Sin montañas rusas ni vaivenes. Echando balones fuera. Con poca introspección, sin asumir que estás bien contigo mismo y sin, obviamente, ponerle remedio. Y la pierdes. Sabes que cada vez que abre y cierra las pestañas el amor que sentía hacia ti se va evaporando. Sabes también que se ha subido a los tacones y que está conociendo a gente; porque sabes que esa es su manera de sobrellevar los duelos.
Así que permaneces, impasible, perezoso, viendo como se va. No es nada grave; lo llevas haciendo toda la vida y el 90% de la gente que te rodea lo hace. No te importa pensar y olvidarte de vivir. Como si fuera a venir algún día tu hada madrina a tocarte con una varita mágica.
Pero es que claro, vivir es más fácil con los ojos cerrados...
Te levantas y descubres que por fin parece que sale el sol. Te acuerdas como su pelo era color cerveza cuando le daba el sol. Los chistes tontos en la playa, la siestas hasta el atardecer en la orilla, la manera en la que parecía que el mundo era un lugar distinto a su lado. Y aunque haya salido el sol en Madrid pasas por la Cibeles muy temprano por la mañana y te entristece lo sola que está. Majestuosa diosa solitaria. Nadie puede acercarse a ella porque algún vandálico decidió robarle una mano hace un par de años y, desde entonces, está retenida entre vallas. Ni siquiera pasan taxis por su lado. Entonces piensas en ella, en tu diosa; en si estará igual de sola que la Cibeles o si alguien estará ocupando tu hueco en su cama. No quieres pensarlo porque se te pone un nudo en el estómago muy incómodo. Es más fácil ser cobarde que ser valiente; rendirse que luchar, huir que dar la cara.
Echas de menos casi todo de ella, pero tu ego es tan grande que nada en el mundo te permitiría reconocerlo. Si. Echas de menos su olor, la sonrisa de por las mañanas, el olor a café y a tostadas, los desayunos, su irracionalidad, su bendito corazón loco, su bondad, su drama; echas de menos hasta el tacto de sus lágrimas recorriendo tus mejillas. Echas de menos el mundo con ella y, muy en el fondo, te arrepientes aunque creas que caminas por el sendero correcto.
"¿Por qué dejo que mi pasado y el futuro ocupe tanto de mi presente?", te preguntas una y otra vez de camino a la oficina. Aquel lugar que te parece aburrido y monótono. Pero decides, una vez más, no pensar. ¿Para qué hacerlo? Sólo te crea un tormento emocional que eres incapaz de digerir. Y vuelves a casa, al sofá sin ella, a la cama sin compañía, a las cenas frías y solitarias. Te vas luchando por la libertad sin darte cuenta de que ella no te quitaba lo que la libertad te da. Sientes pena. Mucha pena. Pero pensar que has hecho lo correcto te consuela: es lo único que puede consolar una decisión repentina.
Y así van pasando los días, tranquilos. Sin altos ni bajos, lineales, como muchos creen que debe ser la vida. Sin montañas rusas ni vaivenes. Echando balones fuera. Con poca introspección, sin asumir que estás bien contigo mismo y sin, obviamente, ponerle remedio. Y la pierdes. Sabes que cada vez que abre y cierra las pestañas el amor que sentía hacia ti se va evaporando. Sabes también que se ha subido a los tacones y que está conociendo a gente; porque sabes que esa es su manera de sobrellevar los duelos.
Así que permaneces, impasible, perezoso, viendo como se va. No es nada grave; lo llevas haciendo toda la vida y el 90% de la gente que te rodea lo hace. No te importa pensar y olvidarte de vivir. Como si fuera a venir algún día tu hada madrina a tocarte con una varita mágica.
Pero es que claro, vivir es más fácil con los ojos cerrados...
lunes, 10 de febrero de 2014
Me encanta
Me encantaría que me vieras en mi día a día, a través de un agujero en la pared. Que me vieras caminar, con paso firme y seguro. Que vieras como no me derriba el viento ni siquiera en estos días. No tengo resaca de la noche de los Goya, ni me entristece que el día sea gris. Me encanta estar, por fin, sola. Tenías razón cuando dijiste que hay que aprender a estar solo. ¡Cómo me he enamorado de mi misma en tan poco tiempo!
Me encanta mirar atrás y ver cómo he pelado las cosas, comprobar que fui valiente. Duermo muy bien por las noches pensando en que hice todos los deberes. No se si bien o mal, no puedo evitar ser transparente y sincera. He comprendido, a base de mucho sufrir, que no soy apta para personas inseguras ni cobardes. No se me puede conocer en un día, no puedo prometer amor eterno, ni chalés adosados en Aravaca, ni misas todos los domingos. No puedo prometer el futuro porque éste es siempre incierto. He llegado a la conclusión de que las personas inseguras quieren tener el futuro bajo control, y yo ya he asumido que eso es imposible.
He comprendido la importancia de los silencios, de las pausas. Disfruto cada segundo del día, voy contemplando Madrid como si nunca antes me hubiera parado a hacerlo. Estoy creando mi mundo desde cero, porque esa es la educación que recibí: que tu felicidad no dependa de algo o de alguien que puedas perder. Y en el camino me había olvidado de todo lo que había aprendido. Me encanta poder sentir con intensidad las cosas, no ser una ameba. Sentir que me corre sangre por las venas, que sigo siendo capaz de reír y de llorar. Yo no quería que me ofrecieras tu mundo, quería decirte que yo ya tenía el mío propio. Ni quería ser un lastre ni pretendía que me salvaras.
Necesitaba una relación sana, madura e independiente. Sin dramas, sin una dependencia emocional brutal. Ese tipo de relaciones en el que uno sólo se preocupa de vivir el presente, ni el pasado ni el futuro. Quería tiempo para mi, y también tiempo para ti, para poder construir algo sólido. Pero no lo comprendiste. Me encanta ver las cosas con más perspectiva para darme cuenta de que no hay prisa.
Es absurdo pero me pasa con el café de primera hora de la mañana. Antes me lo bebía rápido pensando en que se me iba a quedar frío sin parame a pensar si estaba rico o no; si era mejor con sacarina o con azúcar. Ahora ya no lo bebo rápido, lo hago muy lentamente aunque tenga que levantarme 3 o 4 veces a calentarlo. Y me sabe mejor; más bien diría que, por fin, valoro el café tan rico que me bebo cada mañana. Y este tipo de chorradas en encantan.
Me encanta mirar atrás y ver cómo he pelado las cosas, comprobar que fui valiente. Duermo muy bien por las noches pensando en que hice todos los deberes. No se si bien o mal, no puedo evitar ser transparente y sincera. He comprendido, a base de mucho sufrir, que no soy apta para personas inseguras ni cobardes. No se me puede conocer en un día, no puedo prometer amor eterno, ni chalés adosados en Aravaca, ni misas todos los domingos. No puedo prometer el futuro porque éste es siempre incierto. He llegado a la conclusión de que las personas inseguras quieren tener el futuro bajo control, y yo ya he asumido que eso es imposible.
He comprendido la importancia de los silencios, de las pausas. Disfruto cada segundo del día, voy contemplando Madrid como si nunca antes me hubiera parado a hacerlo. Estoy creando mi mundo desde cero, porque esa es la educación que recibí: que tu felicidad no dependa de algo o de alguien que puedas perder. Y en el camino me había olvidado de todo lo que había aprendido. Me encanta poder sentir con intensidad las cosas, no ser una ameba. Sentir que me corre sangre por las venas, que sigo siendo capaz de reír y de llorar. Yo no quería que me ofrecieras tu mundo, quería decirte que yo ya tenía el mío propio. Ni quería ser un lastre ni pretendía que me salvaras.
Necesitaba una relación sana, madura e independiente. Sin dramas, sin una dependencia emocional brutal. Ese tipo de relaciones en el que uno sólo se preocupa de vivir el presente, ni el pasado ni el futuro. Quería tiempo para mi, y también tiempo para ti, para poder construir algo sólido. Pero no lo comprendiste. Me encanta ver las cosas con más perspectiva para darme cuenta de que no hay prisa.
Es absurdo pero me pasa con el café de primera hora de la mañana. Antes me lo bebía rápido pensando en que se me iba a quedar frío sin parame a pensar si estaba rico o no; si era mejor con sacarina o con azúcar. Ahora ya no lo bebo rápido, lo hago muy lentamente aunque tenga que levantarme 3 o 4 veces a calentarlo. Y me sabe mejor; más bien diría que, por fin, valoro el café tan rico que me bebo cada mañana. Y este tipo de chorradas en encantan.
miércoles, 5 de febrero de 2014
Adiós 2ª parte
Te dije adiós,
Entre ruidos lejanos y cervezas heladas.
Te dije adiós,
Sin saber si realmente quería hacerlo.
Te dije adiós,
En un día lluvioso que no me animaba.
Te dije adiós,
Sin poder, tan siquiera, tener un turno de palabra.
Ahora entiendo porque odio las despedidas,
Me dejan la boca amarga,
La casa algo vacía,
Y el alma desorientada.
Nunca es un buen momento para despedirse,
Por muy fundamental que pudiera ser.
Es rara la situación cuando dos personas que se quieren,
Juegan a ser desconocidos con memoria.
Escuecen los recuerdos,
Duelen las miradas,
Arden en la garganta las palabras prohibidas,
Y queman las manos que te impiden tocar.
Ansías un roce,
Un abrazo,
Una mirada furtiva,
Pero luego te das cuenta de que ya no hay nada.
El abrazo que no llega,
La mano que no te toca,
La mirada ausente y perdida,
La voz temblorosa y entre cortada.
Y a pesar de todo, te dije adiós,
A sabiendas de que no lo querías.
martes, 4 de febrero de 2014
Adiós.
Es difícil decir adiós. Yo, en particular, soy muy mala haciéndolo. No soy cobarde, pero en esos momentos si que se apodera de mi la cobardía. Adiós. A-d-i-ó-s. 5 letras que me aterran. Una sola palabra. Yo no se despedirme así sin más o con frases del tipo "si tenemos que estar juntos lo estaremos" o "a ver si la vida nos vuelve a unir de nuevo". No creo en los clichés.
Para mi (y los de mi gremio me entenderán muy bien) las despedidas son mis conclusiones orales. Ya la prueba se ha practicado, los documentos constan en autos, toda la atención está puesta en ti. El Juez, el otro abogado y probablemente tu cliente te están examinando: cualquier gesto, palabra o tono puede ser crucial. El Juez está tomando nota de todo. Tienes que aparentar que te crees lo que estás diciendo, que tienes la razón, eso es con la última imagen que se va a quedar el Juez. Pues, para mi, despedirme de un ex es como acabar un juicio. Siendo, obviamente, mi ex el Juez.
En lugar de gritar, ¿Ordenó usted el Código Rojo? es inevitable preguntar, ¿de verdad es esto lo que quieres? Te dan ganas de ser igual de persuasivo que Tom Cruise pero nadie llega a tanto (ni en un juicio ni cuando estás "negociando" una ruptura). En el fondo no quieres saber la verdad o no quieres creerte la verdad. Porque decir adiós da pereza, es, bajo mi punto de vista, asumir una derrota y para los que tenemos mal perder, es jodido despedirse. Es como asumir que no pudiste conseguirlo, pero no te paras a pensar realmente que TODO tiene fecha de caducidad. Hay un refrán muy conocido que dice: "la muerte está tan segura de su victoria que deja toda la vida de ventaja". Pues pienso lo mismo del desamor: sabe que en algún momento va a azotarte, pero mientras eso sucede, deja que el amor le tome ventaja. Entonces me pregunto, ¿por qué nos cuesta tanto decir adiós? ¿Por qué somos emocionalmente dependientes? ¿Por miedo? ¿Por cobardía? ¿Por pena?
Hoy he pensando en las veces en que me he despedido para siempre de personas y lo mal que lo he hecho siempre. Lo tóxico que es no hacer bien ese tipo de cosas. ¿Dónde las enseñan? Yo he aprendido o, bueno, estoy aprendiendo de las canciones.
Acabar todo con elegancia. Dejar las cosas fluir. La única constante en la vida es el cambio y, sin embargo, decir adiós y empezar una nueva vida nos aterra. Es curioso. Nunca hubiera pensando que decir adiós me iba a dar tantísimo miedo ni que lo iba a hacer tan jodidamente mal. A medida que voy madurando he llegado a la conclusión de que es NECESARIO decir adiós en determinadas circunstancias. Necesario. Y cuando me refiero a necesario quiero decir a algo que tienes que hacer, quieras o no quieras hacerlo; algo que te debes a ti mismo, a tu bienestar psicológico.
Intentar que algo volátil, como es el amor, se convierta en algo estático es inútil y sólo conduce a un horrible sufrimiento. El pasado ya no importa y el futuro es incierto; no depende de nadie. El presente es lo único importante, lo único que hay que tener en cuenta cada día por eso es tan importante decir adiós y (como ya he repetido hasta la saciedad) cerrar heridas con elegancia.
Así que adiós a todos o solo a algunos...
Para mi (y los de mi gremio me entenderán muy bien) las despedidas son mis conclusiones orales. Ya la prueba se ha practicado, los documentos constan en autos, toda la atención está puesta en ti. El Juez, el otro abogado y probablemente tu cliente te están examinando: cualquier gesto, palabra o tono puede ser crucial. El Juez está tomando nota de todo. Tienes que aparentar que te crees lo que estás diciendo, que tienes la razón, eso es con la última imagen que se va a quedar el Juez. Pues, para mi, despedirme de un ex es como acabar un juicio. Siendo, obviamente, mi ex el Juez.
En lugar de gritar, ¿Ordenó usted el Código Rojo? es inevitable preguntar, ¿de verdad es esto lo que quieres? Te dan ganas de ser igual de persuasivo que Tom Cruise pero nadie llega a tanto (ni en un juicio ni cuando estás "negociando" una ruptura). En el fondo no quieres saber la verdad o no quieres creerte la verdad. Porque decir adiós da pereza, es, bajo mi punto de vista, asumir una derrota y para los que tenemos mal perder, es jodido despedirse. Es como asumir que no pudiste conseguirlo, pero no te paras a pensar realmente que TODO tiene fecha de caducidad. Hay un refrán muy conocido que dice: "la muerte está tan segura de su victoria que deja toda la vida de ventaja". Pues pienso lo mismo del desamor: sabe que en algún momento va a azotarte, pero mientras eso sucede, deja que el amor le tome ventaja. Entonces me pregunto, ¿por qué nos cuesta tanto decir adiós? ¿Por qué somos emocionalmente dependientes? ¿Por miedo? ¿Por cobardía? ¿Por pena?
Hoy he pensando en las veces en que me he despedido para siempre de personas y lo mal que lo he hecho siempre. Lo tóxico que es no hacer bien ese tipo de cosas. ¿Dónde las enseñan? Yo he aprendido o, bueno, estoy aprendiendo de las canciones.
Acabar todo con elegancia. Dejar las cosas fluir. La única constante en la vida es el cambio y, sin embargo, decir adiós y empezar una nueva vida nos aterra. Es curioso. Nunca hubiera pensando que decir adiós me iba a dar tantísimo miedo ni que lo iba a hacer tan jodidamente mal. A medida que voy madurando he llegado a la conclusión de que es NECESARIO decir adiós en determinadas circunstancias. Necesario. Y cuando me refiero a necesario quiero decir a algo que tienes que hacer, quieras o no quieras hacerlo; algo que te debes a ti mismo, a tu bienestar psicológico.
Intentar que algo volátil, como es el amor, se convierta en algo estático es inútil y sólo conduce a un horrible sufrimiento. El pasado ya no importa y el futuro es incierto; no depende de nadie. El presente es lo único importante, lo único que hay que tener en cuenta cada día por eso es tan importante decir adiós y (como ya he repetido hasta la saciedad) cerrar heridas con elegancia.
Así que adiós a todos o solo a algunos...
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