Me encantaría que me vieras en mi día a día, a través de un agujero en la pared. Que me vieras caminar, con paso firme y seguro. Que vieras como no me derriba el viento ni siquiera en estos días. No tengo resaca de la noche de los Goya, ni me entristece que el día sea gris. Me encanta estar, por fin, sola. Tenías razón cuando dijiste que hay que aprender a estar solo. ¡Cómo me he enamorado de mi misma en tan poco tiempo!
Me encanta mirar atrás y ver cómo he pelado las cosas, comprobar que fui valiente. Duermo muy bien por las noches pensando en que hice todos los deberes. No se si bien o mal, no puedo evitar ser transparente y sincera. He comprendido, a base de mucho sufrir, que no soy apta para personas inseguras ni cobardes. No se me puede conocer en un día, no puedo prometer amor eterno, ni chalés adosados en Aravaca, ni misas todos los domingos. No puedo prometer el futuro porque éste es siempre incierto. He llegado a la conclusión de que las personas inseguras quieren tener el futuro bajo control, y yo ya he asumido que eso es imposible.
He comprendido la importancia de los silencios, de las pausas. Disfruto cada segundo del día, voy contemplando Madrid como si nunca antes me hubiera parado a hacerlo. Estoy creando mi mundo desde cero, porque esa es la educación que recibí: que tu felicidad no dependa de algo o de alguien que puedas perder. Y en el camino me había olvidado de todo lo que había aprendido. Me encanta poder sentir con intensidad las cosas, no ser una ameba. Sentir que me corre sangre por las venas, que sigo siendo capaz de reír y de llorar. Yo no quería que me ofrecieras tu mundo, quería decirte que yo ya tenía el mío propio. Ni quería ser un lastre ni pretendía que me salvaras.
Necesitaba una relación sana, madura e independiente. Sin dramas, sin una dependencia emocional brutal. Ese tipo de relaciones en el que uno sólo se preocupa de vivir el presente, ni el pasado ni el futuro. Quería tiempo para mi, y también tiempo para ti, para poder construir algo sólido. Pero no lo comprendiste. Me encanta ver las cosas con más perspectiva para darme cuenta de que no hay prisa.
Es absurdo pero me pasa con el café de primera hora de la mañana. Antes me lo bebía rápido pensando en que se me iba a quedar frío sin parame a pensar si estaba rico o no; si era mejor con sacarina o con azúcar. Ahora ya no lo bebo rápido, lo hago muy lentamente aunque tenga que levantarme 3 o 4 veces a calentarlo. Y me sabe mejor; más bien diría que, por fin, valoro el café tan rico que me bebo cada mañana. Y este tipo de chorradas en encantan.
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