Lo que más me llama la atención de las vikingas es que son capaces de hincharse a llorar y después salir del baño como si no hubiera pasado nada. Son valientes. Y mucho. No miran para atrás ni para coger impulso. Y eso me encanta. Su fortaleza y energía se contagia con tenerlas cerca. No interpretan un papel, no pretenden encantar, solamente se preocupan de vivir (o, algunas de sobrevivir). Les importa un carajo cuál sea el canon de belleza, las reglas, si son o no políticamente incorrectas; no tienen tiempo para chorradas porque han pasado media vida luchando. Por eso son vikingas.
Lo bueno que tienen las vikingas es que tienen los pies en la tierra, no idealizan a nada ni a nadie. Saben que la vida es jodida, que el amor no es una película de Disney ni sueñan con levantarse cada día con un ramo de flores en la almohada. Ellas van más allá, porque tienen una capacidad sobrenatural de calar a la gente y de entenderla. Por eso son tan fieles: han asumido que no existen príncipes azules, no quieren redentores, sólo quieren a alguien que les agarre la mano y no las suelte nunca. Intentan, por todos los medios, compatibilizar su vida familiar con su trabajo; son mujeres familiares, a las que les encanta cuidar de sus polluelos. Pero tienen algo claro y es que no se deja NUNCA un trabajo. No le pidas a una vikinga que lo abandone todo, porque no lo hará.
Luego están las princesas, que también son fundamentales en la vida de muchas personas (en especial para aquellos hombres con complejo de Superman). Sofisticadas, suaves, políticamente correctas, perfectas, siempre saben qué decir en el momento adecuado. Y su voz. Tranquila, bajita. Las princesas son sigilosas, como los gatos, e impredecibles. Viven en un mundo en donde existen las hadas madrinas, los ponis, los príncipes azules que van por la vida montados en un caballo. Para las princesas la vida TIENE que ser perfecta; no pueden hacerse a la idea de que sea de otro modo. Necesitan que cuiden de ellas porque la mayoría no saben hacerlo por si solas. El ser una princesa no es nada malo (no juzgo), a algunas las han educastrado y a otras simplemente les parece más cómodo que sean otros los que se ocupen de ella, que las teledirijan (para gustos los colores). Incluso hay hombres que prefieren a las princesas que a las vikingas, son mas fáciles de digerir aunque, insisto, la mayor parte de las veces son impredecibles.
Como bien dice la foto, necesitan una antorcha, una media naranja, un medio limón, un medio algo externo ya que parten de una premisa (a mi parecer) errónea y es creer que necesitan tres piernas en lugar de dos para caminar. A veces me gustaría tener un poco de princesa. Ser más pausada, no tener tanto nervio corriendo por mi estómago, tener menos vitalidad, ser menos realista y más idealista, pensar en que existen un príncipe azul esperándome por algún lado y que va a hacer de mi vida un camino de rosas. Las envidio. De veras. Porque las princesas han vivido (y viven) de una manera tan ajena a la realidad que dan envidia. Lo que pasa con las princesas y el con el hecho de que viven en Plutón, es que suelen hacer buenos destrozos cuando empiezan a bajar al planeta Tierra. Y, amigos, eso es una gran gran putada. Se agobian, desaparecen, mandan todo al carajo y esconden la cabeza debajo de la tierra en cuanto pueden. No es que sean malas ni malvadas, ellas no conocen la maldad, es sólo que nadie les ha enseñado a vivir. Así que, improvisan.
Vikingas y princesas, nos vemos en las calles (vikinga, no te enciendas no es un desafío y tranquila, princesa, no es una amenaza).
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