"Ella
dolía. Toda su alma dolía. Ella llorando dolía. Ella follando dolía. Porque arrancaba
mis heridas de golpe y, como dice Marwan, allí donde había piel rota y soledad
solo encontraba piel nueva, alma restaurada. Pero yo no quería aceptar todo lo
que se me vendría encima si ella me abandonaba. Esa discreta dependencia que
sentía hacia ella. Y ahora que ella no está no tengo donde secar esta tristeza.
Mis lunes ya no son sus lunes, ni sus risas son las mías. Y este cordón rojo
que tengo atado a ella parece no romperse nunca. Como si mi alma no pudiera
olvidarla. Porque ella vuelve, siempre vuelve. Su cara a mi cabeza; su sabor a
mi boca, su olor a mis manos. Y duele. Como abrir un regalo vacío. Pero, a veces,
en mi soledad, me arrojo sobre mi mismo un cubo de esperanza, fría. Tengo un
orgasmo con mi memoria. Y trato de averiguar, en la distancia, si me ha perdonado.
Si su alma estaría ya restaurada mientras yo me entretuve con mujeres que no me
quitaron la sed. Quería creer que sí. Por eso volvía a ella. Al sonido de su
risa, al color de sus ojos. Vuelvo a recostarme, en sueños, sobre ella. A
escucharla respirar despacito. A sentir su diminuta mano sobre mi pecho. Le hablo
los domingos dentro de mi tranquilidad impuesta. Y le pido perdón. Le suplico
que vuelva. Y, entonces, me caigo de bruces contra la felicidad porque ella ya
no está. No está para escucharme, no está siquiera para reprocharme. Porque
ella no mira atrás. Su elemento es el aire. Su ignorancia, mi desconsuelo. Me dicen que le olvide, pero no entienden que
la necesito. Que me da igual sufrir, en silencio, su ausencia. Porque ella ya
no está. Porque el amor no entendía de tiempos, ni de formas, ni de momentos.
El amor de hoy puede ser un cuerpo inanimado mañana. Y maldigo la dependencia
que tengo a la felicidad de su recuerdo (…)":
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