jueves, 12 de octubre de 2017

La caja de Pandora.

Llevaba cerca de dos años sin escribir nada (nada que no fuera jurídico). Hace poco, en Madrid, un buen amigo me preguntó, con pena, que por qué había abandonado mi blog. Creí que nadie lo leía y aunque nunca escribí en el con el fin de que me leyeran (mas bien lo hacía como algo terapéutico) me dio cierta pena a mi también (gracias Josele por los ánimos; una buena palabra que viene de ti siempre significa mucho). Este blog empezó como un acto de rebeldía porque vivimos en un país en el que hablar de sentimientos no está muy bien visto. Estaba bien jodida entonces (mi novio me había dejado yo creo que porque pensaba que estaba completamente loca) y me sentía poco comprendida. Todo el mundo a mi alrededor bailaba una canción muy diferente a la mía. Todos estaban tan quietos, tan felices, tan formales, tan, tan todo. Y yo, yo andaba perdida por los bares de Malasaña, perdida entre piscos y micro teatros con mi Tinder de entonces echando humo. Luego me fui a Londres (realmente me obligaron en el banco en el que trabajaba) donde encontré a gente que bailaba mi misma canción. Ahí, en cuestión de dos meses, conocí a mi alma gemela (mi actual marido) que estaba igual de perdido que yo en este mundo y era (y es) lo suficientemente seguro lo que le permitió querer y comprender a una mujer poco convencional. Se enamoró de una jonkie de la libertad cuyo lema haz lo que quieras sin hacer daño a nadie.




Luego murió E. y entonces sufrí una crisis (crisis en el sentido japonés de la palabra que significa "cambio"). Había visto a gente morir en mi época de voluntaria en la AECC pero nunca había visto morir a alguien al que yo quería mucho. Su vida se escurrió entre nuestras manos con el mismo drama de una película americana. La doctora no pudo contener las lágrimas tampoco. Estuve 72 horas sin dormir, sin cerrar los ojos. Me congelé por dentro y por fuera. Puse un parche a mi pena, ahogué mi llano con un tapón y mi canción, automáticamente, dejó de sonar. Pero seguí viviendo. Me casé, trabajé duro en mi nueva época de autónoma (las abogadas jóvenes entenderán lo difícil que es conseguir que alguien confíe en ti).




Pero luego se fue mi rubia, así, de pronto, un domingo de mucho calor y levante del mes de julio. Se fue mi gorda (mi abuela). No lloré en el tanatorio, ni el entierro ni en el funeral. Inmediatamente me arrepentí. Me arrepentí porque creo que vivimos en una sociedad completamente disociada. En el que lo antinatural se ha convertido en algo normal (la extrema delgadez, el consumismo, la oda a la perfección...etc) y lo natural (sentir pena, rabia, no ser perfecto...etc) se ha tornado en algo vulgar, raro; algo que se tilda de "loco". ¿Cuántas veces hemos oído "está loca"? O "¿has visto lo que ha hecho fulanita? ¡Qué fuerte!" Entonces, cuando volví a escuchar mi canción de fondo, como un suave susurro que cada día sonaba más y más fuerte pensé "¡ya basta joder"!

Ya no voy a cenas ni saraos en los que me venden amor sin espinas, perfección, sentimientos tan forzados que me dan náuseas. Soy más feliz paseando a mis perros en chándal por mi urbanización. Desde que me he casado (hace un año y poco) he visto como la presión por ser "perfecta" aumentaba. Tengo que trabajar duro, ganar dinero, preñarme pronto, hacer la compra, estar en forma, estar delgada, tener el rubio siempre perfecto, el shellac perfectamente hecho (¡ay de ti como lleves mal el shellac!), sonreír a la vecina coñazo que vive en frente que me parece una maruja con dinero, tener la nevera llena, al perro peinado y, sobre todo, sonreír y aparentar (o ser, a la gente no le importa realmente) feliz. Lo peor es que esta presión no viene de dentro de mi casa (mi marido me ayuda en todo y me quiere pobre, gorda, loca, cuerda, delgada) viene de lo que veo y oigo. De lo que oigo en saraos, cenas, bodas, redes sociales...etc. Y ya he dicho que basta. Al carajo. No voy a volver a apagar mi canción. No soy el escaparate del Zara de Serrano. No tengo que vender nada. No soy perfecta.




Vivo feliz en mi perfecta imperfección. Y creo que así deberían vivir todas las mujeres. Con nuestras formas, nuestras mechas mal dadas (o no), con las manos como cada una las quiera llevar. Creo que las mujeres tienen que ser valientes, naturales. No tenemos que tener miedo de mostrarnos tal y como somos. Sexuales, frígidas, locas, serias, calientes, frías, sin o con instinto maternal. La maternidad. Joder con el tema de la maternidad. Debemos de ser capaces de decir, sin que la gente se eche las manos a la cabeza, que la maternidad quizás está sobrevalorada. Que no vinimos al mundo para procrear como conejos y que tendremos hijos cuando y cómo queramos. Que vamos a educarles en el respeto a la diversidad y en la libertad de pensamiento. O que no queremos ser madres (ahora o nunca). O que queremos tener 15 hijos y ser esposas sumisas. O que nos da pereza ser madres ahora (mi caso, por ejemplo) porque tenemos muchas cosas interesantes que hacer antes de traer al mundo a alguien. El caso es que, ¿a quién coño le importa? No podemos vivir sin bailar nuestra canción.




Me encantaría que en determinados ambientes nadie se escandalizara porque digo palabrotas, bebo medio litro de cerveza cuando salgo a cenar con mi marido,  no tengo filtro a la hora de decir las cosas ni soy particularmente dulce, hago crossfit, me encanta la halterofilia y levantar pesas. Y encima no soy Hulk. El ejercicio es otro de los temas que trae cola. Hace poco conocí a alguien que me seguía en Instagram y que pensaba que haciendo todo el deporte que hago estaría yo mucho más delgada. Casi me da algo del ataque de risa. No todo el mundo entiende que el ejercicio o comer sano no es algo que todo el mundo haga para pesar 52 kilos y tener un porcentaje de grasa bajo sino que se hace por placer y por estar sano. No tenemos que ser de una determinada manera para que nos "quieran" o nos sigan "queriendo". Si tu marido o novio te dice algo así como "cómo te estás poniendo..." es un auténtico gilipollas y es mejor que le mandes a tomar por culo cuanto antes. Palabrita (I have been there before and it always ends up the same way....).




Y, last but not least, he aprendido la importancia de la meditación y del silencio. Es el arma más brutal que he conocido. Controlar el caballo desbocado que es la mente; esa mente que nos tiende trampas peligrosas y hace que nos creamos lo que pensamos (craso error). Esa mente que a veces vive en el pasado y otras en el futuro pero nunca en el presente. Esa cabeza que nos hace incapaces de conectar con nuestra tripa, con nuestros instintos. Que siempre "quiere ser" "hacer" pero pocas veces "sentir". Empecé con 5 minutitos al día y ahora puedo estar 20 tranquilamente sin pensar en nada (o casi en nada) oyendo solo mi respiración y dándome mucho amor. Ejercitando mi alma, dándole mimos y atención. Haciéndole saber a mi cuerpo que estoy agradecida con el, con sus miles de "defectos" pero que aun así es precioso. Aprendiendo a decir "no" a todo aquello que socialmente es aceptable pero que es tremendamente tóxico para nuestro cuerpo. Y es que "en la meditación, una vez  has ido adentro, has ido adentro. Entonces, aún cuando resucites eres una persona totalmente diferente.  No hay dónde encontrar a la personalidad anterior. Tienes que empezar tu vida otra vez desde el abc. Tienes que aprender todo con ojos nuevos, con un corazón totalmente nuevo. Es por esto que la meditación produce miedo".

No hay comentarios:

Publicar un comentario