miércoles, 9 de septiembre de 2015

Mujer veneno

 
 
"Déjame. Huir. A algún lugar. Y esconderme. No te preocupes por mi, Catalina me ayudará cuando me ponga a cubierto. Déjame. Alegrarme por ti. Por tus triunfos. Por tus fracasos. Por los momentos en los que brindo a solas con tu recuerdo. Déjame. Añorarte aunque repudie la nostalgia. No quiero que nos convirtamos en desconocidos. Vuela, ríe, ama, sal, baila, haz el amor y siéntete viva. Yo te observo, como a los toros, desde la barrera. Pero, ante todo, no me odies por cómo decidí encajar las piezas de mi puzle. Aunque nunca lo sepas, te perdoné antes de que me besaras por primera vez. Eras una mujer veneno. Tu voz. Tu olor. Tu caminar. Todo eran señales que presagiaban el drama que iba a ser quererte. Si. Tu veneno fue impregnando mis poros, mezclándose con mi sangre. Y yo, estúpido, te seguí hasta lanzarme por el vacío. Quererte fue una manera de autolesionarme. Porque nunca logré entenderte ni quererte lo suficiente como para que estuvieras contenta y feliz. No solo querías el mundo sino que también se te antojaban todos los planetas del sistema solar. "Regálame la Osa Mayor" me dijiste en tu balcón entre copas de vino y manos impacientes. Así que te pinté la Osa Mayor con un carboncillo en uno de tus lienzos hasta que tus párpados, cansados, se rindieron. Entonces eras luz y yo luciérnaga. Decían que tu belleza se quebrantaba con tu caos pero yo te amaba más cuando actuabas de manera irracional. Sentía que debía protegerte del mundo (...)". De G.F.

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