A veces. A veces me pregunto si vuelves atrás en el tiempo y revuelves alguna de nuestras fotos. O si haces cosas mas ordinarias como leer las incoherencias que aquí escribo o meterte a ver mi Facebook. Si vuelves a recordar el desorden de mi nombre. El sosiego de mi caos. Si lo haces, quizás te des cuenta de que yo, yo mas allá del perímetro de mi castillo, es decir, yo sin barreras, era un Stradivarius en tu armario. Un violín viejo aunque de corta edad. Cansado de ser tocado, verano tras verano, en verbenas de pueblo mezclado entre violines de medio pelo.
Quizás ahora entiendas por que sonaba mal cuando tocabas y es que no sabias que entre tus manos estaba yo, un Stradivarius. O puede que tal descubrimiento fuera el empujón para que salieras corriendo. Tu ready steady go. Ya sabes que hay hombres no violinistas que no pueden tener a una mujer que valga la pena. O que sepan mirar a la vida, y también a la muerte, de frente. Mujeres que no viven y mueren por ser las mas guapas. Ni que corren ni gritan en rebajas. Ni que son inteligentes y, lo que es peor, que tienen una exitosa carrera profesional. Ni que se maquillan a todas horas, lo que vienen siendo las mujeres reales y no muñecas.
Y ahora entiendo a mi abuela cuando decía que a enemigo que huye puente de plata. Mirarme ahora. Yo que siempre decía que el amor que vuelve nunca es el que te esperabas pensando en que el amor era un recurso, como el petróleo, limitado, mermandose la capacidad de dar y recibir sin condiciones. Una vela encendida con una mecha corta. Pero me equivocaba. Porque un Stradivarius nunca deja de ser lo que es, por muchas verbenas a las que haya ido. Así que, de repente, aparece un violinista que entreve el Stradivarius en el armario. Lo deja libre, lo afina y se lo lleva a la Scala milanesa donde encuentra una felicidad infinita. Tanta felicidad que asusta porque a veces lo bueno parece irreal. Y va naciendo una relación estrecha, diferente, siamesa. Libre, sin armarios ni verbenas. Dos pilares separados pero haciendo fuerza para mantener en pie el mismo edificio.
Si me ves o lees te habrás dado cuenta de que tu huida fue tu ultimo y mejor regalo. Que te adoro porque te fuiste lo que permitió que pronto apareciera mi violinista que tiro abajo, en treinta segundos, los armarios. Que le prendió fuego a las ordinarias verbenas. Que me enseñó un nuevo mundo. Que respira por mi cuando yo no puedo y que sopla detrás de mi cuando voy perdiendo fuerza en el camino. Que cuando desafino y el publico de la Scala no se pone en pie se esmera en afinarme. Que disfruta cuidando de mi y sufre si yo sufro y sangro si yo sangro. Mi violinista. Que me abraza por las noches aunque el calor apriete.
El violinista, mi violinista, que tiene callos en las manos de tanto tocarme.
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