sábado, 12 de abril de 2014
Ordinario calor
Estos días de calor ordinario, en los que el sol se mezcla con la tormenta, son días de sentimientos encontrados. Quizás un exilio emocionalmente voluntario no sea todo lo bueno que yo pensaba. Aunque es necesario, a veces, desintoxicarse de la vida, de la gente, de las conversaciones superfluas. Son días de retiro espiritual, en los que el aburrimiento no tiene ningún espacio, ni la nostalgia es bienvenida. Son días en los que las locuras capaces de ponerle fin al sosiego sólo tienen cabida en sueños. Soñar es un milagro que no logro entender. Yo sueño de día y de noche. La mayoría de los días me levanto pensando en que ha sido realidad. Me alegra saber que, incluso soñado, soy capaz de vibrar. El silencio del aire caliente de mi cuarto sólo se interrumpe con el sonido de mi respiración. Y con el ruido de mis dedos al teclear la pantalla de mi teléfono móvil. Nada importante. Sólo mensajes de que no me he muerto. Me dicen que el mundo no ha acabado, o al menos eso dicen las noticias, aunque aquel avión que se estrelló no se haya encontrado y a pesar de que Rusia tenga sus tanques por media Ucrania. Hoy he parado el mundo, me he bajado de él y aún no ha acabado. Por cosas así la vida es maravillosa. Mi corazón sigue, como el calor, caliente y mi cabeza, como la tormenta, fría. Mi corazón a pesar de mi exilio es también es ordinario. Y me encanta. Como aquella frase (juraría que de Poe) que dice "me da miedo mi corazón. Su hambre por todo lo que se le antoja. La manera en que para y continua". El calor es, como el corazón salvaje, algo pesado e incómodo de digerir pero necesario. Si no tuviéramos calor, ¿cómo apreciaríamos el frío? Calor. Frío. Frío. Calor. Qué importa, lo importante es sentirlo. Esa es la prueba irrefutable de que estamos vivos.
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