Te esperé. Dios sabe el tiempo que estuve en la estación de Santa Ana. Mirando de manera obsesiva el móvil. Azotada por tu indiferencia. Si. Te esperé hasta debajo de la lluvia. Tratando de ordenar el desorden de tu nombre. Intentando darle razones a tu ausencia. Repasando palabra a palabra lo que nos dijimos, recreando los abrazos que nunca nos dimos, haciendo un esfuerzo por acordarme del sonido de tu risa y de tu olor. Siendo una fiel guardiana de tu secreto inconfensable. Nunca estuve cerca de ti el tiempo suficiente como para memorizar tu esencia pero jugaba a adivinarla. El mundo, mi mundo, seguía rotando pero mi tiempo libre te lo dedicaba a ti, mas que a ti a tu fanstama. Si. Me salieron ampollas en los pies por bailar tantas horas con él. Yo te quería dentro de mi espiral nostálgica, ajena a la realidad, lejos del mundo. Estaba, por fin, volando y viviendo en mi propia fantasía. Pasaban los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas y mi huracán no se apaciguaba. Te imaginaba paseando por las calles de Madrid, conmigo de la mano, y diciéndome: "Malena, vayámonos lejos de aquí. Donde nadie pueda encontrarnos" como si fuéramos unos fugitivos; fugitivimos de la monotonía. Te me antojabas también en una playa, lejos de la civilización. De mil manera te me aparecías. En mi cama por las mañanas también estabas, para darme ánimos, para acompañarme a la puerta del trabajo. En todas mis dificultades diarias aparecías tú.
Y cuando mi paciencia estaba llegando a su fin te vi de entre la multitud bajándote de un tren en la estación de Santa Ana. Grité y grité tu nombre pero ya no eras tú. Si, me reconociste y me abrazaste. Pero no eras tú. No olías como antes, ni te brillaban los ojos. Habías perdido la ilusión. Tenías una sobredosis de realismo que me paralizó. Ya no podríamos soñar juntos. Entonces me di cuenta de que tenía razón aquella canción que decía "el amor que vuelve nunca es el que tu esperabas". Me dijiste: "por fin" y yo salí corriendo calle abajo. Corrí y corrí tratando de evitar que tú me alcanzaras. Pero tú no dejabas de correr detrás de mi, como si fuera a ponerme a gritar en la mitad de la calle tu secreto. Me tiraste del brazo con virulencia obligándome a mirarte a los ojos. "Tenemos que hablar" dijiste molesto. Por fin tus ojos brillaban, aunque fuera de rabia (....)".
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