Hoy ha sido un día raro. Por mil motivos que soy incapaz de resumir. Creo que una lluvia torrencial por la mañana y un solazo de verano por la tarde me descoloca. Llevo todo el día diciéndome a mi misma, ¿qué hago yo aquí?. La lluvia despierta mi rebeldía y enciende mi nostalgia. En lugar de apagar un fuego, el agua me aviva. Me dan ganas de tirar el paraguas junto con el bolso, de quitarme los tacones, y de extender los brazos para que me de el agua en la cara.
Me he acordado de la única situación emotiva que viví, hace mil años, con mi primer amor (mas bien desamor) debajo la lluvia. Si. En aquella época en la que uno no piensa y sólo siente. El amor inmaduro que sólo se tiene una vez en la vida. En la que uno flota en lugar de andar. En la que el mundo acaba en los pies de esa persona. Bendita adolescencia. Añoro la intensidad de entonces. A y yo habíamos discutido, se fue de mi casa andando a la suya que estaba como a 10 kilómetros de la mía. Eran como las 2 de la mañana. A la media hora de haberse ido me tragué mi orgullo y me arrepentí enormemente de haberle dejado ir. Así que salí en pijama, con unas zapatillas, y con 5 euros y las llaves de casa. Me monté en un taxi y le pedí al taxista que por favor fuera despacio por todo príncipe de vergara. Hasta que se acabaron los 5 euros. Entonces me bajé. Y 100 metros más allá estaba él, caminando con la música puesta. Grité su nombre mientras me refugiaba en un cajero. Pero no me oía. Así que corrí hasta lograr alcanzarlo. Menuda cara cuando me vio ahí, en pijama y zapatillas de andar por casa, y completamente empapada. Él que siempre decía que yo era igual de cariñosa que un gato. Y con ese panorama nos pusimos a hablar para intentar arregarlo. Debajo de la lluvia. Creo que era lo único que teníamos en común, la lluvia nos removía. Nos abrazamos, como en las películas antiguas, ajenos a las miradas curiosas, como si estuviéramos en un jardín a las 5 de la tarde cuando la realidad es que éramos dos personas jóvenes, tratando de querernos un día cualquiera de diciembre mientras diluviaba.
Con este recuerdo amanecí hoy. Hasta yo misma he de reconocer que no volvería a correr bajo la lluvia por nadie. Si alguien saliera de mi casa ahora, no iría detrás por mucho que le quisiera. Tan sólo echaría la llave. Y llevo todo el día pensando cómo, cuándo y por qué nos convertimos, al hacernos adultos, tan sentimentalmente pudorosos.Como si sentir con intensidad fuera algo reservado para los locos. Me pregunto si es parecido a lo que les pasa a los bebés, que nacen sin miedo y sin odio y luego lo van aprendiendo. ¿Somos pudorosos porque tenemos miedo a que nos hagan daño? No lo termino de comprender, aunque haya aprendido a morderme la lengua las 24 horas del día. ¿Cómo puede ser la sinceridad dañina? Veo a tanta gente a lo largo del día a la que me dan ganas de agitar y decirles en voz alta "vive, ama, come. No te estreses. No te vas a llevar nada de ésto a la otra vida. Esto no es importante. Lo que realmente importa es quién te pasa la mano por la espalda cuando el mundo te pesa demasiado". Como si fuera malo amar. Quizás seamos incapaces de hacerlo. Ni siquiera los besos de las películas parecen reales como lo eran antiguamente.
Demasiada gente llena de un gran ego. La ambición enferma es la ceguera del siglo XXI. Los loqueros dicen que el tacto humano es un gran ansiolótico. Al leer esto es un manual de psicología comprendí muchas cosas. De hecho creo recordar que me leí un libro titulado "Menos Prozac y mas Nietzsche". Si fuera presidenta del gobierno o ministra, obligaría a las personas a abrazarse a diario. Seguro que así todo iría un poco mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario