Mi querido Magno:
Hoy mientras leía mi magnífico libro en el metro me acordé, de repente, de ti. Si. Me siguen angustiando las masas. Sigo sintiendo asco por los olores del metro. Así que entre desconocidos volví a viajar al pasado. Al día que te conocí hará unos 20 años. Yo me había cortado el flequillo y escondía mi pelo en los bolsillo del babi. Mientras yo lloraba escondida detrás de una puerta, tú me miraste esbozando una gran sonrisa y me dijiste: "Odio a las chicas pero estás muy guapa". Entonces dejé de llorar. Inmediatamente supe que te querría, de alguna manera en mi vida. Y así fue. ¿Te acuerdas de cuándo nos escapamos y me ayudaste a escalar la verja del cole? Se me quedó enganchada la falda y tu tiraste de mi brazo por el otro lado. Me acuerdo como si fuera ayer. Qué tiempos aquellos. Corrimos como locos calle abajo hasta llegar al río. Y ahí nos bañamos para soñar despiertos, pensando en qué seríamos cuando fuéramos mayores. Yo quería ser actriz y tú policía. Hoy pensé en aquél día y en lo libre que éramos entonces. Libres. También me acordé del día en que me defendiste porque un chico mayor me había destrozado la "tarta" de arena y agua que solía hacer durante los recreos. Cómo me gustó que me defendieras. Ahí aprendí que todas las mujeres queremos sentirnos, de algún modo, protegidas. Por eso nos encantan que nos recogan en las estaciones de tren, en los aeropuertos; nos gustan las demostraciones de fortalezas en sitios nostálgicos. No hacen falta actos violentos, pero si es necesario sentir que una tiene un refugio. Tú te convertiste en el mío pronto y aunque no sabía lo que era el amor, te quería y no me importaba decírtelo a diario.
Luego llegó la adolescencia, en la que te quería y te odiaba al mismo tiempo. Menuda etapa. Tenías demasiada ansia por vivir y yo no quería desprenderme de mis muñecas. Luego llegaron las prisas por desvestirnos, por querernos de manera madura, por jugar a ser adultos. Y se fastidió. Entonces me hiciste llorar y mucho daño e imagino que yo a ti también. Las escenas de celos. Rehacer nuestra vida con otras personas pero no poder vivir el uno sin el otro. Esas relaciones enfermizas que uno sólo se puede permitir tener cuando aún no es adulto. No era amor. Claro que no. Pero no me arrepiento. No soy como tú, yo te deseo el bien.
Luego me fui a Madrid y tu permaneciste inmovil. Pero luego volviste. Te acuerdas de cuando me pediste matrimonio en la Plaza de Colon? Bendita locura. Era un dia soleado. No te arrodillaste como en las peliculas. Solo me miraste y me dijiste: Malena, y si nos casamos? Senti que tocaba el cielo, no podiamos esconder la felicidad que sentiamos. Si. Que felicidad. Que felices eramos ignorando todo, viviendo en nuestro mundo, ajenos a todo. En aquellos dias nos deciamos te quiero todos los dias, como si el mundo fuera a acabar mañana. Ahora nadie dice te quiero. Tu y yo nunca lo comprendimos. Es una bendicion decir "te quiero"; deberia ser obligatorio en los colegios.
Tenias razon: deberia haberte cogido la mano y dar la vuelta el mundo. Pero no pude hacerlo. Te echo de menos, claro que si, y cuando oigo a Andres Suarez me doy cuenta de que "me hacia un valls para olvidarte". Ahora cada vez que paso por Colon me acuerdo de ti y en lo distinta que seria
mi vida si nos hubieramos casado. Ya no digo a diario "te quiero",
esta ciudad me ha enfriado. No se si alli donde vivas es mas comun decirlo. La gente en la capital es algo sombria, la gente esta quemada, las manifestaciones son diarias y se palpa la desilusion en el ambiente. En nuestra infancia esto no pasaba. Puede que tu no dejaras que yo me diera cuenta.
Cuando llego a una estacion de tren cada vez veo a menos novios recogiendo a sus novias. Y me acuerdo de ti. Tu nunca dejarias que yo volviera sola a casa. Me acompañaste durante años en bici hasta la puerta de mi casa. Me mentiste y me dijiste que vivias al lado, pero luego descubri que vivias en la otra punta del pueblo. Te acuerdas de aquello?
Seguro que si. Que bonito es volver a refugiarse en la dulce infancia en dias madrileños de lluvia (....)".
viernes, 28 de marzo de 2014
domingo, 23 de marzo de 2014
Domingos
Hay veces en la vida en que uno no sabe si está preparado para tomar determinadas decisiones. Obligas al mundo, o por lo menos a tu mundo, a deternerse un instante. Permaneces dubitativo. Algunos mucho tiempo, otros poco. Yo estaba estancada en un limbo hasta que una corriente de aire tiró de mis pies hacia el planeta tierra. A mi. A quien siempre le habían dado asco los idealistas. Así que me vi tomando decisiones sin saber si estaba preparada, buscando cosas que cuando las he encontrato no las he entendido. Así que decidí, hace no mucho, no pensarlo todo tanto. Probar y si no puedo retirarme a tiempo. Cuidar a enfermos de cáncer era una de estas decisiones que tomé sin pensar en un momento de mi vida de reflexión. Me vino a la cabeza la frase (no me acuerdo de quien era) de que cuando alguien está perdido, cuidando a los demás se encuentra a uno mismo. Así que me lancé a la aventura, esperando conocerme mejor. No se si he logrado conocerme del todo, pero un voluntariado te da una muy buena imagen de cómo va la sociedad.
Hay superávit de voluntarios. Lo primero que pensé es: ¡qué maravilla! Pronto me di cuenta de que poca gente lo hacía por empatía, sino que lo hacían por ellos mismos, empezando por mi. Las razones que mueven a las personas no es lo importante, la ayuda es siempre la misma. Cuando el refugio de parte de la juventud es un hospital, algo te dice que las cosas no van bien. Jamás pensé que haría falta ver a gente morir para que uno se sintiera humano. Pero, ahora que lo veo con mis propios ojos semana tras semana, me doy cuenta de la poca conciencia que hay. Cuando me meto en la boca del lobo todos los lunes, después de haberme pasado todo el domingo entre enfermos, las cosas ya no me afectan, no me importan, no me alteran. Pero no logro salir de mi asombro. Todo el mundo me parece tan raro, tan superficial, tan ajeno a una realidad. ¿Desde hace cuántos años vivo en un mundo paralelo? Ahora tengo yet lag de los viajes de Júpiter a Marte, de los domingos al resto de la semana.
Los domingos voy sin tacones, sin maquillaje, no tienen que saber mi nombre, ni mi profesión, ni los idiomas que hablo. Sólo importa el tamaño de mi sonrisa, la sinceridad en los ojos, pasar la mano por la espalda en el momento adecuado, escuchar, servir agua y cafés, leer, contar historias. Consolar a alguien que se muere, eso si que es presión, eso si que es una gran responsabilidad. Una palabra para ellos puede significar, en la mayoría de los casos, el mundo, la alegría de una tarde o una buena semana. Es magia. Creo que a las personas pasionales como yo no les sienta del todo bien. Hoy me ha preguntado un compañero si me encontraba bien. Y la verdad es que no. Hacía muchos años que no me sentía como si estuviera gritando en la mitad del desierto. Si no lo tuviera prohibido iría con una cámara y grabaría cada historia. Una detrás de otra. De cada una de las 27 personas a las que he visto hoy. Para que luego la gente de mi entorno se queje, porque la economía se va a la mierda, porque han engordado, porque han roto con sus respectivos, porque teniéndolo todo no saben ser felices...
Si alguna vez decidiera tener hijos, no les educaría en la ignorancia de la realidad (como hicieron conmigo). No quiero que mis descendientes tengan que ir a un hospital a convivir con la muerte para entender de qué va la vida. Bajo ningún concepto quiero que la vida les pille por sorpresa sin haberles dado herramientas para ser fuertes. Fuertes como un roble. No quiero que aprendan, como yo, a base de palos domingo tras domingo. No quiero que por protegerlos me salgan tontos idealistas. La enfermadad y la muerte es un común denominador para todos. Que nadie les engañe. Ahora rabio por aquellos que se creen inmortales, por los que dicen creer en Dios, por lo que se suponen que hacen algo por lo demás. Yo, que nunca había sido una "indignada" que no tenía una causa fijada, siento una fuerza sobrenatural por mejorar lo que veo.
Ahora, los domingos, son mis días de cruzada.
Hay superávit de voluntarios. Lo primero que pensé es: ¡qué maravilla! Pronto me di cuenta de que poca gente lo hacía por empatía, sino que lo hacían por ellos mismos, empezando por mi. Las razones que mueven a las personas no es lo importante, la ayuda es siempre la misma. Cuando el refugio de parte de la juventud es un hospital, algo te dice que las cosas no van bien. Jamás pensé que haría falta ver a gente morir para que uno se sintiera humano. Pero, ahora que lo veo con mis propios ojos semana tras semana, me doy cuenta de la poca conciencia que hay. Cuando me meto en la boca del lobo todos los lunes, después de haberme pasado todo el domingo entre enfermos, las cosas ya no me afectan, no me importan, no me alteran. Pero no logro salir de mi asombro. Todo el mundo me parece tan raro, tan superficial, tan ajeno a una realidad. ¿Desde hace cuántos años vivo en un mundo paralelo? Ahora tengo yet lag de los viajes de Júpiter a Marte, de los domingos al resto de la semana.
Los domingos voy sin tacones, sin maquillaje, no tienen que saber mi nombre, ni mi profesión, ni los idiomas que hablo. Sólo importa el tamaño de mi sonrisa, la sinceridad en los ojos, pasar la mano por la espalda en el momento adecuado, escuchar, servir agua y cafés, leer, contar historias. Consolar a alguien que se muere, eso si que es presión, eso si que es una gran responsabilidad. Una palabra para ellos puede significar, en la mayoría de los casos, el mundo, la alegría de una tarde o una buena semana. Es magia. Creo que a las personas pasionales como yo no les sienta del todo bien. Hoy me ha preguntado un compañero si me encontraba bien. Y la verdad es que no. Hacía muchos años que no me sentía como si estuviera gritando en la mitad del desierto. Si no lo tuviera prohibido iría con una cámara y grabaría cada historia. Una detrás de otra. De cada una de las 27 personas a las que he visto hoy. Para que luego la gente de mi entorno se queje, porque la economía se va a la mierda, porque han engordado, porque han roto con sus respectivos, porque teniéndolo todo no saben ser felices...
Si alguna vez decidiera tener hijos, no les educaría en la ignorancia de la realidad (como hicieron conmigo). No quiero que mis descendientes tengan que ir a un hospital a convivir con la muerte para entender de qué va la vida. Bajo ningún concepto quiero que la vida les pille por sorpresa sin haberles dado herramientas para ser fuertes. Fuertes como un roble. No quiero que aprendan, como yo, a base de palos domingo tras domingo. No quiero que por protegerlos me salgan tontos idealistas. La enfermadad y la muerte es un común denominador para todos. Que nadie les engañe. Ahora rabio por aquellos que se creen inmortales, por los que dicen creer en Dios, por lo que se suponen que hacen algo por lo demás. Yo, que nunca había sido una "indignada" que no tenía una causa fijada, siento una fuerza sobrenatural por mejorar lo que veo.
Ahora, los domingos, son mis días de cruzada.
jueves, 13 de marzo de 2014
Nada peor
Llevo todo el día lejos del ruedo; no por gusto sino porque la gripe me ha pillado de sorpresa. Me imagino que como el amor, que también llega sin avisarte. Hoy he tenido tiempo, mientras me alimentaba de antigripales para poder estar de vuelta en la cueva mañana, de ponerme al día (no sólo viendo Sálvame) sino también con mucha gente con la que hacía tiempo que no hablaba.
Se que no soy una bloggera corriente, ni siquiera puede que sea una bloggera de verdad. Muchas personas me escriben y me dicen que por qué hablo tanto del amor (o del desamor). Escribo sobre amor o desamor porque los sentimientos son iguales en cualquier país del mundo, porque me encanta saber que no somos tan diferentes los unos de los otros. En cualquier caso no voy a escribir sobre moda porque ni me gusta ni la entiendo. No soy carne de masas, ni de convencionalismos. No voy a publicar fotos de modelos que pesan 40 kilos porque me parece irreal. Si uno se quiere sentir mal solo tiene que comprarse una revista de belleza para ver a las mujeres cuyos cuerpos nunca tendrán, los restaurantes a los que no podrán ir y a los países y hoteles que no visitarán. No soy pesimista, soy sincera. Y justo hablando de ésto me viene a la cabeza esta maravillosa canción.
Hablo del amor porque creo que el amor, que no tiene que ser por un hombre o mujer, es el motor del mundo. Si no pudiéramos sentir amor seríamos como máquinas automátas. Cuando he leído estos correos me he parado a pensar en todas aquellas mujeres a las que he conocido y que estaban obsesionadas con enamorarse. Cualquier hombre valía, todo con tal de no sentirse solas. He hecho un poco de autocrítica y me he dado cuenta de que yo también he actuado así a veces (la verdad es que pocas). ¿Por qué tratamos de engañar a nuestra cabeza o, lo que es más grave, a nuestro corazón? Nacimos sin miedo (es algo científicamente demostrado), ¿cuándo aprendimos a tener miedo de todo? ¿De equivocarnos? ¿De sufrir? ¿De amar?
Solo hay una puta vida y la mitad de ella nos la pasamos tratando de averiguar qué pasará en el futuro. Oí hace poco una frase que me encantó: si quieres que Dios se ría cuéntale tus planes. No hay nada peor que el miedo al futuro o la obsesión con el pasado. No hay nada peor que morirse en vida, que pararse en la mitad del camino para lamernos las heridas. Nada peor que hechos que no controlamos condicionen tanto nuestra vida. No hay nada peor que no sentirse agradecido y bendecido cada mañana por el solo hecho de estar respirando. Si echas de menos a alguien no te agobies, no está tan lejos de ti, al fin y al cabo veis a diario la misma luna y el mismo sol. Si no te quieren ahora, al menos te quisieron en el pasado; si nunca te amaron, te amará otra persona cuando tengas una relación sana, madura y emocionalmente inteligente contigo misma. En todo caso, keep on walking.
Cuando nos ponemos a caminar nos olvidamos de que la tierra es redonda, lo que significa que si la otra persona tomó el camino de la derecha volverás a encontrártela; si saliste huyendo del punto de partida volverás, tarde o temprano, a el. Pero no pasa nada. Sólo hay que aprender a no tener miedo. Las cosas jodidas en la vida suceden el día menos esperado a la hora más rara y de un modo que nunca te imaginarías. No pasa nada. Estamos hechos de hierro, de madera para barcos. Aunque no tengamos esa confianza en nosotros. No hay nada peor que subestimarse. Puede que esté un poco tsunami, algo kamikaze, pero hay que vivir. Vivir y vivir. Aunque sean cosas buenas o malas, de todo se aprende. Aunque querer pueda ser autodestructivo, dejar el trabajo una auténtica locura.
A veces hay que perderse para encontrarse a uno mismo. Y no pasa nada. No hay nada peor que el miedo.
Se que no soy una bloggera corriente, ni siquiera puede que sea una bloggera de verdad. Muchas personas me escriben y me dicen que por qué hablo tanto del amor (o del desamor). Escribo sobre amor o desamor porque los sentimientos son iguales en cualquier país del mundo, porque me encanta saber que no somos tan diferentes los unos de los otros. En cualquier caso no voy a escribir sobre moda porque ni me gusta ni la entiendo. No soy carne de masas, ni de convencionalismos. No voy a publicar fotos de modelos que pesan 40 kilos porque me parece irreal. Si uno se quiere sentir mal solo tiene que comprarse una revista de belleza para ver a las mujeres cuyos cuerpos nunca tendrán, los restaurantes a los que no podrán ir y a los países y hoteles que no visitarán. No soy pesimista, soy sincera. Y justo hablando de ésto me viene a la cabeza esta maravillosa canción.
Hablo del amor porque creo que el amor, que no tiene que ser por un hombre o mujer, es el motor del mundo. Si no pudiéramos sentir amor seríamos como máquinas automátas. Cuando he leído estos correos me he parado a pensar en todas aquellas mujeres a las que he conocido y que estaban obsesionadas con enamorarse. Cualquier hombre valía, todo con tal de no sentirse solas. He hecho un poco de autocrítica y me he dado cuenta de que yo también he actuado así a veces (la verdad es que pocas). ¿Por qué tratamos de engañar a nuestra cabeza o, lo que es más grave, a nuestro corazón? Nacimos sin miedo (es algo científicamente demostrado), ¿cuándo aprendimos a tener miedo de todo? ¿De equivocarnos? ¿De sufrir? ¿De amar?
Solo hay una puta vida y la mitad de ella nos la pasamos tratando de averiguar qué pasará en el futuro. Oí hace poco una frase que me encantó: si quieres que Dios se ría cuéntale tus planes. No hay nada peor que el miedo al futuro o la obsesión con el pasado. No hay nada peor que morirse en vida, que pararse en la mitad del camino para lamernos las heridas. Nada peor que hechos que no controlamos condicionen tanto nuestra vida. No hay nada peor que no sentirse agradecido y bendecido cada mañana por el solo hecho de estar respirando. Si echas de menos a alguien no te agobies, no está tan lejos de ti, al fin y al cabo veis a diario la misma luna y el mismo sol. Si no te quieren ahora, al menos te quisieron en el pasado; si nunca te amaron, te amará otra persona cuando tengas una relación sana, madura y emocionalmente inteligente contigo misma. En todo caso, keep on walking.
Cuando nos ponemos a caminar nos olvidamos de que la tierra es redonda, lo que significa que si la otra persona tomó el camino de la derecha volverás a encontrártela; si saliste huyendo del punto de partida volverás, tarde o temprano, a el. Pero no pasa nada. Sólo hay que aprender a no tener miedo. Las cosas jodidas en la vida suceden el día menos esperado a la hora más rara y de un modo que nunca te imaginarías. No pasa nada. Estamos hechos de hierro, de madera para barcos. Aunque no tengamos esa confianza en nosotros. No hay nada peor que subestimarse. Puede que esté un poco tsunami, algo kamikaze, pero hay que vivir. Vivir y vivir. Aunque sean cosas buenas o malas, de todo se aprende. Aunque querer pueda ser autodestructivo, dejar el trabajo una auténtica locura.
A veces hay que perderse para encontrarse a uno mismo. Y no pasa nada. No hay nada peor que el miedo.
martes, 11 de marzo de 2014
Vuelta
A veces me cuesta salir de la cama. No porque sienta tristeza, sino por que, a veces, me gustaría volver a mi infancia, a aquellos momentos en los que me esondía debajo de la manta y me ponía a soñar. Pensaba en sitios remotos y lejanos, creía que con 20 años (cuando fuera vieja) estaría casada y viviendo en algún país exótico. Si. A veces me encantaría quedarme un día cualquiera entre semana enterrada debajo de mi edredón y volver a hacer lo mismo. Hace no mucho lo solía hacer. No me he acordado hasta hoy. Solía quedarme un buen rato debajo del edredón con él, a veces incluso lloraba porque no quería salir a la calle. Como cuando eres pequeña y no querías ir al cole. Así me pasaba una media hora. Haciendo la "bolita". Sin prisas. El mundo desde debajo del edredón y de la mano de la persona a la que quieres es distinto. Es más benévolo, menos agresivo, más dulce aunque puede que también algo más amargo.
Y ahora, antes de que suene el despertador, ya me han pitado varias veces las blackberrys del trabajo, como si fuera una señal que me dijera: "Mariquita, vuelve a la tierra". Y en ese momento maldigo a las prisas, al ritmo frenético, a la obsesión...A veces me encantaría tener debajo de mi cuarto un aquiarum con tiburones blancos, para poder lanzar determinados sentimientos a sus enormes mandíbulas. Quizás también tiraría al vecino de arriba, que debe ser bailaor de flamenco nocturno.
He vuelto al ruedo, a las tostadas frías por las mañanas, a tomarme el café de pie y corriendo, a los tacones de vértigo, las faldas, las chaquetas con camisas, a las calls interminables. Si. He vuelto al ruedo, he despertado de mi sosiego y me he metido de lleno a torear toros bravos. He vuelto a los corazones rebajados, a los amores de barra, a los sábados de resaca, a los domingos de nostalgia, a los "te echo de menos" inoportunos, a las mariposas inadecuadas en el estómago; a los viajes repentinos, a la espontaneidad, a la adicción por vivir cosas nuevas. He vuelto a ser, en parte, quien era hace muchos años. Estoy, por fin, viviendo mi vida y no la de otros.
Y ahora, antes de que suene el despertador, ya me han pitado varias veces las blackberrys del trabajo, como si fuera una señal que me dijera: "Mariquita, vuelve a la tierra". Y en ese momento maldigo a las prisas, al ritmo frenético, a la obsesión...A veces me encantaría tener debajo de mi cuarto un aquiarum con tiburones blancos, para poder lanzar determinados sentimientos a sus enormes mandíbulas. Quizás también tiraría al vecino de arriba, que debe ser bailaor de flamenco nocturno.
He vuelto al ruedo, a las tostadas frías por las mañanas, a tomarme el café de pie y corriendo, a los tacones de vértigo, las faldas, las chaquetas con camisas, a las calls interminables. Si. He vuelto al ruedo, he despertado de mi sosiego y me he metido de lleno a torear toros bravos. He vuelto a los corazones rebajados, a los amores de barra, a los sábados de resaca, a los domingos de nostalgia, a los "te echo de menos" inoportunos, a las mariposas inadecuadas en el estómago; a los viajes repentinos, a la espontaneidad, a la adicción por vivir cosas nuevas. He vuelto a ser, en parte, quien era hace muchos años. Estoy, por fin, viviendo mi vida y no la de otros.
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