Hay veces en la vida en que uno no sabe si está preparado para tomar determinadas decisiones. Obligas al mundo, o por lo menos a tu mundo, a deternerse un instante. Permaneces dubitativo. Algunos mucho tiempo, otros poco. Yo estaba estancada en un limbo hasta que una corriente de aire tiró de mis pies hacia el planeta tierra. A mi. A quien siempre le habían dado asco los idealistas. Así que me vi tomando decisiones sin saber si estaba preparada, buscando cosas que cuando las he encontrato no las he entendido. Así que decidí, hace no mucho, no pensarlo todo tanto. Probar y si no puedo retirarme a tiempo. Cuidar a enfermos de cáncer era una de estas decisiones que tomé sin pensar en un momento de mi vida de reflexión. Me vino a la cabeza la frase (no me acuerdo de quien era) de que cuando alguien está perdido, cuidando a los demás se encuentra a uno mismo. Así que me lancé a la aventura, esperando conocerme mejor. No se si he logrado conocerme del todo, pero un voluntariado te da una muy buena imagen de cómo va la sociedad.
Hay superávit de voluntarios. Lo primero que pensé es: ¡qué maravilla! Pronto me di cuenta de que poca gente lo hacía por empatía, sino que lo hacían por ellos mismos, empezando por mi. Las razones que mueven a las personas no es lo importante, la ayuda es siempre la misma. Cuando el refugio de parte de la juventud es un hospital, algo te dice que las cosas no van bien. Jamás pensé que haría falta ver a gente morir para que uno se sintiera humano. Pero, ahora que lo veo con mis propios ojos semana tras semana, me doy cuenta de la poca conciencia que hay. Cuando me meto en la boca del lobo todos los lunes, después de haberme pasado todo el domingo entre enfermos, las cosas ya no me afectan, no me importan, no me alteran. Pero no logro salir de mi asombro. Todo el mundo me parece tan raro, tan superficial, tan ajeno a una realidad. ¿Desde hace cuántos años vivo en un mundo paralelo? Ahora tengo yet lag de los viajes de Júpiter a Marte, de los domingos al resto de la semana.
Los domingos voy sin tacones, sin maquillaje, no tienen que saber mi nombre, ni mi profesión, ni los idiomas que hablo. Sólo importa el tamaño de mi sonrisa, la sinceridad en los ojos, pasar la mano por la espalda en el momento adecuado, escuchar, servir agua y cafés, leer, contar historias. Consolar a alguien que se muere, eso si que es presión, eso si que es una gran responsabilidad. Una palabra para ellos puede significar, en la mayoría de los casos, el mundo, la alegría de una tarde o una buena semana. Es magia. Creo que a las personas pasionales como yo no les sienta del todo bien. Hoy me ha preguntado un compañero si me encontraba bien. Y la verdad es que no. Hacía muchos años que no me sentía como si estuviera gritando en la mitad del desierto. Si no lo tuviera prohibido iría con una cámara y grabaría cada historia. Una detrás de otra. De cada una de las 27 personas a las que he visto hoy. Para que luego la gente de mi entorno se queje, porque la economía se va a la mierda, porque han engordado, porque han roto con sus respectivos, porque teniéndolo todo no saben ser felices...
Si alguna vez decidiera tener hijos, no les educaría en la ignorancia de la realidad (como hicieron conmigo). No quiero que mis descendientes tengan que ir a un hospital a convivir con la muerte para entender de qué va la vida. Bajo ningún concepto quiero que la vida les pille por sorpresa sin haberles dado herramientas para ser fuertes. Fuertes como un roble. No quiero que aprendan, como yo, a base de palos domingo tras domingo. No quiero que por protegerlos me salgan tontos idealistas. La enfermadad y la muerte es un común denominador para todos. Que nadie les engañe. Ahora rabio por aquellos que se creen inmortales, por los que dicen creer en Dios, por lo que se suponen que hacen algo por lo demás. Yo, que nunca había sido una "indignada" que no tenía una causa fijada, siento una fuerza sobrenatural por mejorar lo que veo.
Ahora, los domingos, son mis días de cruzada.
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