La sensación cuando te dicen “tenemos que hablar” es desagradable. Si.
Da asco. A mi personalmente se me hace un nudo en la garganta que hace que
tenga ganas de vomitar. “Tenemos que
hablar”. Es como decir “te voy a
dejar pero dame un par de minutos para que piense bien cómo lo digo. No vaya a
ser que me pegues”. Y luego las caras de cordero degollado. Y tu interior
que te grita “voy a sobrevivir sin ti
egocéntrico de mierda”. Pero eso realmente no lo sabes. Quieres no llorar,
no suplicar. Pero lo haces. Porque el miedo siempre es más grande que la
soberbia. El miedo es el rey de los sentimientos. Es más fuerte que el amor,
que la compasión, que el orgullo. El miedo es el as de la baraja. Así que te
dejan, normalmente con pocas o incomprensibles explicaciones: no se puede odiar
aquello que no se entiende. Regla
número uno.
Te vas a tu casa llorando, como
cuando eras pequeña, haciendo el mismo tipo de puchero. Y te mortificas. Es
inevitable. Tu cabeza no para de dar vueltas pensando que pude haber hecho mejor,
qué hice. Pones música de esa que en lugar de animarte te hace sentirte más
miserable.
Luego se te va la pena. Llamas a
tus amigas y les dices que vas a comerte el mundo, que vas a subirte a los
tacones (aunque parezcas Bambi cuando vas andando con ellos), a beberte un par
de jaggers y a ligar un poco. Porque si. Porque te lo mereces. Pero sabes en el
fondo que no es, ni de lejos, la solución a tu problema. Nada va a suplir esa
pena. La única manera de hacer lo correcto es afrontar el duelo. A mi oír la
palabra duelo me deprime. Huyo de ella como de la peste. El duelo. Me suena a
las viejas que se quedan viudas y van de negro todo el día. Pero el duelo es
fundamental. Regla número 2. Si
no pasas el duelo no cierras la herida, y ya sabemos lo que sangran las heridas
que no se cierran bien. ¿Cómo se pasa el duelo? No tengo ni idea. Supongo que
será dejar pasar el tiempo sin hacer nada.
En medio del duelo te paras a
pensar: ¿estaba realmente enamorada? ¿Se supone que mi vida tiene que ser como
el Diario de Noa?
No sé quién nos engañó de
pequeños, si ha sido todo una conspiración de Disney pero el amor no es
perfecto. Regla número 3. A
veces el amor viene poco a poco, sin que sea un torrente de emoción repentina. Pero
el hecho de que no sea intenso, de que no sientas que te vas a morir mañana sin
esa persona, no quiere decir que no sea amor. Yo creo que el amor que perdura
tiene que ser lento, progresivo, ir despacio, sin idealizaciones. Quien te
quiera tiene que saber que no eres perfecto, que a veces le darán ganas de
estrangularte con sus propias manos y otras veces no querrán estar en ningún
lado que no sea a tu lado. Y no pasa nada. Sospecha de quien te dice que te ama
nada más conocerte. Cuando te conozca bien dejará de hacerlo. No intentes que
otra persona sea tu muleta: esa muleta se rompe, no vas a poder levantarte.
No pidas consejos. A nadie. Regla número 4. Nadie, mas que
tú, sabe lo que has vivido y nadie, mas que tú, puedes intuir lo que ha pasado
y lo que está pasando. Mantente firme. No compartas tu duelo. Si tienes dudas
resuélvelas tú, ya eres mayor e inteligente. No dudes de tu instinto. Nunca.
Si no tiene solución, no pasa
nada. No es el fin del mundo. No dejes que el desamor de hoy empañe el amor del
mañana. Regla número 5.
Te va a echar de menos. Eso no lo
olvides nunca: hay personas que son emocionalmente frígidos, cuyos corazones
están castrados, que están disociados, que no han superado el pasado, que no
han cerrado las heridas. O que son pájaros que se siente enjaulados. No hagas
nada para que no lo hagan: mantén el corazón caliente y la mente fría. Regla número 6. Pero te van a
echar de menos, así es el ser humano. No lo olvides NUNCA.
A veces quien no sabe lo que
busca no entiende lo que encuentra. Así que no busques si todavía no estás preparado
para encontrar.
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