Sobreviví. Si sobreviví al día de hoy creo que puedo con todo. Llevo días pensando en lo difícil que es ser una mujer trabajadora. Es agotador. No sé bien qué me pasa ultimamente con los recuerdos ni de qué está provocando este arranque de nostalgia, pero me he acordado del verano pasado. Cuando lo dejé todo porque había colapsado. Si. Me he acordado de la cara de la gente de mi entorno cuando, de repente, les comuniqué que dejaba de ser abogado, que no podía. Lo que la gente no sabía es que llevaba meses sintiéndome una extraterreste con una toga. Me acuerdo de los días largos, de los minutos que me pasaba mirando por la ventana y pensaba (a pesar de estar hasta arriba de trabajo): "me estoy perdiendo eso, el sol, la vida". Pero siempre había algo que me hacía volver al papel, a mi ordenador, a mis clientes. Siempre algo.
Cuando dejé el despacho estuve un mes siendo ama de casa. Un mes entero. Mientras todo el mundo a mi alrededor se echaba las manos a la cabeza y me miraba como si estuviera loca, yo me dedicaba a asar pollos, a cocinar, a limpiar, a labores sociales. Me acuerdo de la cara de mi padre cuando me dijo ¿Ahora me vas a decir que quieres ser ama de casa? Esa palabra me daba como miedo. Ama de casa. Entonces me convencí de que sería un paréntesis, una parada en el camino para coger aire. Parar. Redireccionarse. Y es que la mayor parte del tiempo actuamos como automátas, hacemos cosas sin saber bien por qué las hacemos. Y yo no quería que el tiempo me arrastrara hacia donde no quería ir. Yo quería ser la dueña de mi destino, la que guiara mi propio rumbo. Aunque la mayoría de las personas me amenazaban con las penas del infierno, sobreviví.
Con mi vida sencilla no entendía bien por qué la gente pensaba que era poco ambiciosa. ¿Acaso no hay peor necio que aquél que cree que todo es el dinero o el éxito profesional? ¿No somos todos iguales en un cementerio, ante la enfermedad, ante la muerte? ¿Uno no puede ser personalmente ambicioso? Entonces enfurecí porque no comulgaba con la idea de que una vida más sencilla era un paso para atrás. La verdad es que no sólo enfurecí, sino que me quedé perpleja cuando comprobé lo poco que se conocían las personas. No se en qué momento el ser humano se volvió tan narciso que se creyó capaz de todo. Todos tenemos limitaciones, está muy bien el "yes we can", "impossible is nothing" etc pero no es cierto. ¿Lo mejor? Lo mejor es que no pasa NADA.
Pero para criticar también hay que autocriticarse. Yo volví al ruedo. A otro ruedo. Siendo consciente de mis limitaciones, mimándome, parando cuando realmente no puedo más. En mi casa las horas se me hacían eternas, los pollos dejaron de resultarme interesantes, mi gato ya no me necesitaba tanto y mis ahorros se acababan.
Y ahora que estoy en el ruedo y veo caras desencajas, ojeras, tonos de voz infelices pienso en si alguna vez habrán parado a pensar. O si han podido tomarse esa licencia claro está. O si yo soy demasiado joven para estar aún quemada.
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